Raúl Incertis un testimonio de Gaza


Raúl Incertis un testimonio de Gaza

Nuestro antiguo alumno Raúl Incertis Jarillo, anestesista que trabaja para Médicos Sin Fronteras (MSF) desde 2019 y que le tocó cuidar del del pueblo gazatí, comparte con nosotros su experiencia. Desde las Escuelas estamos orgullos de que Raúl haya elegido como proyecto de vida un camino de servicio a los demás.

Nos cuenta:

El 7 de octubre de 2023, y los días que le siguieron, los cuarenta cooperantes extranjeros que estábamos en Gaza comprobamos dos cualidades del pueblo palestino que nunca olvidaré. La primera es la resiliencia. En biología resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Una noche Mohammed, un guarda de seguridad del campo de desplazados en donde nos alojábamos junto con miles de gazatíes que habían perdido sus casas y a sus familiares para siempre, me dijo que su mejor amigo de la infancia acababa de morir. Su amigo apenas llegó a cruzar la puerta de casa, después de regresar del trabajo, cuando cayó una bomba lanzada desde un avión israelí, matándolo a él y a sus hijos pequeños. Mohammed tenía los ojos vidriosos e hinchados de haber llorado antes, pero cuando me dio la noticia intentó poner su mejor sonrisa. Desde entonces he pensado mucho en ella, y la única respuesta que le doy a esa mueca impostada es que Mohammed necesitaba contarme lo que le había pasado, pero sonreía para evitar translsdarme su pesar, haciendo lo posible para que no me sintiera mal por lo que me estaba diciendo. De manera parecida mi amigo Tareq, quien había perdido a veintidós miembros de su familia en un único bombardeo, me relató su pérdida. Me lo dijo sin más, con voz queda y apretando la mandíbula. Después calló. La última vez que hablé con él me contaba que quería colapsar, pero que no podía permitírselo porque si colapsaba, su mujer y sus hijos colapsarían con él.

Si no fuera por Tareq (y aquí os hablo de la segunda de sus cualidades: la hospitalidad) y por un grupo de gazaties generosos como él, los cuarenta cooperantes extranjeros muy probablemente no hubiéramos llegado a nuestras casas sanos y salvos. Ellos salían periódicamente en sus coches a buscar agua y comida para que no nos faltara, desplazándose de colmado en colmado (cada vez más vaciados de víveres porque en Gaza no dejaban, ni dejan, que entre comida) a riesgo de que en cada viaje les cayera una bomba. Estos hombres, todos padres de familia, arriesgaron sus vidas para que nosotros, hambrientos y atemorizados extranjeros, pudiéramos mantener las nuestras. Repito: nosotros éramos los extranjeros. Y ellos hicieron lo posible por hacernos sentir como en casa. Ojalá en nuestras ciudades logremos un día mostrar una millonésima parte de esta hospitalidad para los inmigrantes que, a diario, nos encontramos por las calles, debajo del puente del río o en la puerta del Mercadona pidiendo limosna. Que al menos les miremos a los ojos y les digamos: buenos días.

Raúl Incertis

.